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20 de octubre de 2011

Lo he hecho tantas veces y aún me sigue dando miedo. Me quedo pasmada cada que me enfrento a la posibilidad. ¿Qué puedo decir? Soy un ser frustrado y ansioso. No puedo contener los temblores y el nerviosismo, sólo sé rendirme cuando la emesis es inminente, abandonarme a la expulsión violenta de fluidos, al llanto doloso y al piso.

No me gusta terminar en el piso, suelo perder la conciencia por días y despertar rodeada de insectos desagradables; antes me daban miedo, solía asquearme y gritar, ahora ya casi no me importa. Me importan menos la vida, el mundo, la gente, el gato odioso de la vecina, los insectos que me recorren en la inconsciencia. Pienso que un día mis miedos pesarán tanto que atravesarán la loseta y terminaré cayendo abruptamente en el departamento de abajo o, peor aún, atravesaré todas las capas geológicas de la tierra hasta llegar al núcleo. Al menos ahí no existiría el miedo, sólo un murmullo de hierro y niquel, el letargo al que alguna vez fueron condenados los dioses, la suavidad del silencio errante.

El universo es vómito de fluido gástrico ante mis ojos, mis ojos son el grumo antes de la digestión. He vomitado tantas veces los ojos, he vomitado las noches y los mundos circundantes. Me encuentro en el piso, temblando, con el cuerpo bañado en maleza, me cubre una brea opalina, un canto hipnótico me sumerge.

Escucho a lo lejos el barullo de la calle, la andanza de las víctimas desolladas; apenas puedo levantar la vista pero noto la proximidad de la ciudad. Todo converge.

Él me teme, me teme tanto que huye. Se da cuenta de mi estado, de mis perturbaciones, de mis arranques y mi falta de lucidez. Él me teme, me teme tanto que me odia. Me encuentra en la habitación, tendida sobre el polvo, observa detenidamente mi miseria, sonríe. Él me ha encontrado una vez más, sabe que también lo odio, que le temo más de lo que él me teme, que por su culpa dependo del vómito y la muerte. ¿Qué más puedo decir de una situación que nunca tuvo principio? Las cosas siempre fueron y, seguirán siendo, así. Nunca podré vivir sin él, nunca podré olvidar la violenta convulsión. Sí, todo me importa menos, la inmensidad es sólo un llanto ahogado escapando de mi garganta.

Viene, quiere hacerlo una vez más. No se detiene, soy presa fácil, la sonámbula en medio del camino, la muerte abriéndose de piernas. Mi respiración se agita, el pulso en mi cuerpo no tiene piedad, mi esófago está a merced de la acidez, la espina dorsal es recorrida por un escalofrío violento. La oscuridad, converge.

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