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23 de marzo de 2011

Compendio de escritos de la temprana edad (Parte Dos Millones)

VI
Cada noche siento a la muerte rodear mi cama buscando la oportunidad de llevarme consigo. Cada noche una lucha constante con los fantasmas del hoy. Estas noches mías tan estrambóticas, tan llenas de soledad, desvaríos, suspiros, lágrimas interminables y acero perforando la piel. Noches punzantes de diosas perdidas, cánticos de antaño, nervios destrozados, lunas negras y todo rodeado de sombras. Ahora amanece, la muerte se ha marchado.

VII
Mordiendo mis pies he decidido buscarte entre los pelos de gato que dejaste en el sofá.

VIII
Las cosas empezaron a difuminarse y a expandirse, el cuerpo y cerebro se atrofiaban; un gran silencio invadió la habitación, un frío soplo traía consigo como mágicas visiones a dos extraños seres boreales rodeados de luces rojas y amarillas, tan hermosos, tan perfectos, tan estúpidos e inútiles. “¿Qué me ven?” gritaba desesperada, pero parecían no escuchar, sólo veían con sus enormes, negros y deformes ojos.

IX
Caminando entre los cuerpos inertes que la pequeña matanza había dejado, sentí una terrible excitación al mirar la sangre deslizándose sobre la pálida piel de una mujer desnuda, al percatarme que nadie me observaba me acerque cautelosamente y comencé a palpar poco a poco cada parte de su suave piel, la sensación resulto ser tan extasiante que no pude detener el impulso y rocé mis genitales con su cuerpo, los frote por su cara bajando por su cuello hacia sus blancos y redondos pechos hasta llegar a su tibio sexo, ultrajándola una y otra vez, lamiendo la sangre que corría por su vientre como si yo fuese una criatura de la noche, devorando a su presa, y con una sed que jamás sería saciada.

X
Siempre hay algo que escribir, sólo que, a veces faltan palabras para hacerlo o imaginación, a algunos les faltan sueños pero, te puedo decir, que a mi me faltan dedos, me falta vida.


Eventualmente se darán cuenta de lo horrible que soy.

14 de marzo de 2011

Dos puntos

Porque siempre me ha gustado la soledad voy a matar.
La columna vertebral se quiebra ante en el temblor constante de lo terrible.
Me encuentro sentada sobre una pantalla resplandeciente de umbra, como un fiambre me miro abyecto dispuesto a ser odiado, dispuesto a transponer mi ser a las esquinas y, tal vez mañana, tal vez ayer, tal vez nunca, no sepa qué decir.